Matemática y Humanística en la empresa

Por Rafael Alvira

Vivir, para el ser humano, es un continuo ejercicio de cubrir necesidades y de intentar cumplir deseos de lo que no es estrictamente necesario para la supervivencia “biológica”. Si no encontramos alimento, bebida, vestido, refugio, no podemos sobrevivir. Y si no somos capaces de añadir a todo eso el toque de superioridad –la belleza, la perfección, la ampliación del saber, el poder, el placer- “sobrevivimos”, pero no con una existencia verdaderamente humana.

En la medida en que nos sea más difícil adquirir los medios para la mera supervivencia, nos quedan menos fuerzas para desarrollar de modo plenamente humano nuestra vida. Por eso, en una sociedad –como la del mundo actual- de abundancia de posibilidades, cada uno procura desplegar sus capacidades de tal modo que ese despliegue le concede los medios para ir lo más allá posible de la mera supervivencia.

 

Se puede decir que esto es no solo natural, sino –como muestra brillantemente Millán-Puelles- obligación moral, dado que nuestra naturaleza nos pide poder aprender y adquirir la virtud, todo lo cual es de gran dificultad cuando se ha de luchar por el puro mantenimiento de la vida.

 

Esa naturalidad conduce –siempre que es posible- a unir nuestros gustos, disposiciones y facilidades con al tarea de alcanzar una “vida desahogada”. Si podemos pasarlo bien en lo que hacemos a la vez que nos aseguramos ese desahogo, entonces hemos logrado lo mejor. Y ese es el “lugar profesional” que buscamos.

 

La empresa ideal es, por ello, para cada persona aquella que cumple mejor esa finalidad.

 

Podemos contemplar la empresa al menos desde tres aspectos:

 

  1. Lugar en el que se realiza algo profesionalmente
  2. Lugar de convivencia y encuentro
  3. Lugar a través del cual se consiguen beneficios monetarios.

 

  1. Profesional significa el ejercicio de un trabajo serio (por la formación requerida y por los objetivos buscados) que aporta algo a la sociedad.

El profesional se enriquece (en su “vida total”) enriqueciendo a los demás. Goza y sirve. Al gozar sirve y al servir goza.

  1. Convivencia y encuentro con todos los stakeholders. Es una expansión comunicativa, en la que crece la seguridad, a través del crecimiento de la confianza. Seguridad es paz y libertad.
  2. Beneficios monetarios son necesarios en la sociedad comercial, en la cual se aumentan la calidad y cantidad de los bienes gracias a la división del trabajo, la producción en escala y el intercambio.

 

En principio, 1 y 2 son temas humanos, medibles cualitativamente, por tanto, “humanísticos”.

3 es tema humano medible cuantitativamente, y, por tanto, “matemático”.

 

Primero hay que subrayar que en los tres casos hay medida.

¿Por qué medimos cuantitativamente el intercambio? Sólo se puede hacer si ponemos una medida universal fija, y esto no sabemos hacerlo cualitativamente. Medir es comparar a una unidad, y la unidad más abstracta-universal es el número.

 

Hay cuatro tipos de “números”:

 

  1. Las ideas: cada idea es una unidad, y, en ese sentido, un número.
  2. La cantidad de cosas: son los números ideas “encarnados” sensiblemente, etc.

 

Y luego dos intermedios:

 

  1. Los números simbólicos: son los números ideas en cuanto referidos a realidades materiales (“históricas”). Estos son pitagóricos, p.ej., el matrimonio es el 5 (2+3, femenino, masculino), la perfección el 7, etc.
  2. Los números abstractos: según Platón, hay intermedios entre las ideas (siempre únicas) y lo sensible (siempre múltiple). P. ej. Hay una sola idea de elefante, pero muchos elefantes sensibles. Los números “intermedian” entre la idea y lo sensible en el sentido de hacerlo posible, es decir, de hacer posible el paso de lo uno ideal a lo múltiple sensible.

 

Pues bien, la matemática utiliza este tipo de números desproveyéndolos de su carácter ontológico, es decir, al usarlos de modo abstracto.

 

En este sentido, la matemática es la forma abstracta (separada, por tanto) de describir el “mecanismo de relación” entre lo uno y lo múltiple.

 

Lo uno y lo múltiple y su relación (el arcano de la realidad) se dan en los minerales, en las formas de vida, en el pensamiento: la matemática “se atreve” a expresar todo eso en abstracto. La relación de lo uno y lo múltiple es la medida misma. Medir es decir como se relaciona lo uno con sus múltiples partes y las partes con “su uno”.

 

Pero que la matemática es abstracta quiere decir que capta sólo uno y múltiple en cuanto cantidades, y no en su modo formal, que es la causa de lo que llamamos contenido. La matemática no sabe de contenidos, a no ser las formas geométricas, y las estructuras formales, que son “cualitativas”.

 

En las estructuras formales, como en el mismo UNO puro, no hay repetición más que sensible. La repetición implica tiempo, y, por tano, movimiento. Con la matemática repetitiva (1+1+1+0+n…) se puede operar. La operación es movimiento, pero termina siempre en una estructura formal (“espacio” inteligible).

 

El tiempo, como el movimiento, como el deseo sensible, son, como las series numéricas repetitivas, infinitos.

 

En tanto en cuanto la moneda es matemática en este sentido abstracto-repetitivo-infinito, es necesariamente el objeto del deseo infinito repetitivo.

Ese deseo viene a identificarse con la necesidad (“besoin”, “Bedürfuis”), puesto que consiste en la experiencia de la no sociedad. En este sentido, el “rico” y el “mísero” son iguales, son insatisfechos. La diferencia está sólo en que el rico le saca menos “satisfacción” a los añadidos.

 

Por el contrario, la virtud de la pobreza es la verdad de la economía, pues enseña a utilizar los bienes de tal modo que nos satisfagan. Pobreza y riqueza no dependen de la cantidad material de bienes poseídos, sino que son una actitud del espíritu. La “miseria” material es, sin embargo, un escándalo, del que puede ser culpable uno mismo o los demás.

 

El “tener más” moneda no puede satisfacer, porque la moneda es un medio instrumental, y ningún medio instrumental puede “llenar”, “satisfacer”: no es un fin adecuado, no puede ser un “fin final”. En realidad, el que convierte a la acumulación de moneda en un fin es un loco.

 

Otra cosa es el dinero, que es un medio natural interior para valorar. El dinero es valor, y el valor es valoración, depende siempre de la relación de algo con el bien, siendo el bien la perfección de la existencia. Esta relación se expresa abstractamente en la moneda, y concretamente en el dinero.

 

En el intercambio el dinero es la capacidad de establecer la proporción valorativa. El gran problema es que esto, que es cualitativo, queda supuesto cuantitativamente en la moneda, con la cual se puede operar. Pero, sobre todo, la moneda está por una valoración que, sin embargo, pasa –a través de la moneda- a manos de otros. Las crisis financieras provienen de la no-identidad entre moneda y dinero. La moneda supone, pero no significa.

 

En este aspecto, la finalidad de la contabilidad y su espíritu me parecen ser muy distintos a los de las finanzas.

 

Las contabilidad refleja el espíritu de pobreza (Luca Picioli, fundador de la contabilidad moderna, era un franciscano). Lo que busca la contabilidad es la verdad de la situación económica. Por eso también me parece que la contabilidad ha de ser matemática, pero no sólo, es decir, ha de tener comentarios al margen de los números. Por el contrario, la finanza refleja hoy generalmente el espíritu de riqueza: crecimiento infinito de medios instrumentales. “Juega” con la moneda desentendiéndose frecuentemente del dinero real. Por eso es admirable encontrar que hay bancos que –aunque están clasificados en el mundo de las “finanza”- no son “especulativos”, sino que atienden a la relación del dinero con la moneda.

 

Pero, en el caso de la empresa, el buen empresario es el que tiene una idea correcta del dinero, que le interesa más que la moneda. Dicho en otros términos, sabe que lo relevante es que genere valor, y que ese valor sea lo más apreciado (precio) que sea posible. Pero si no ofrece algo digno de ser valorado en verdad, el resultado será que –si tiene suerte- se quedará con moneda, pero perderá el dinero, la valoración positiva real.

 

El gran problema de nuestros días es ese: que muchos prefieren la moneda al dinero bueno. Es decir, que la “matemática” pura ha dejado de lado a la “humanística”.

 

Esto se percibe en que –si volvemos ahora al comienzo- en lugar de ver el “sentido reverencial del dinero” (famosa expresión de Ramiro de Maeztu), es decir, su aspecto “humanístico”, lo que estamos haciendo es “matematizar” lo profesional y lo convivencial a través de “evaluaciones” numéricas: puntuaciones, “rankings”, etc. Y todo ello con la preocupación fundamental de que los números monetarios crezcan.

 

La “evaluación matemática” se emplea de antiguo, y puede ser un instrumento auxiliar interesante y útil. Pero no puede, o no debe, convertirse –como sucede, sin embargo, hoy- en pieza central. Lo central es generar lo que ayuda al vivir, individual –personal-, y social.

 

Una cosa es el dinero, otra la moneda, otra las riquezas. No tiene sentido servir a la riqueza, pues es servir a la insatisfacción; tampoco tiene sentido servir a la moneda, que desaparece como el humo; ni servir al dinero, porque es un medio de valoración.

 

Me parece que, en cambio, sí tiene sentido generar valor verdadero, o, dicho de otra manera, lo que puede ser valorado según verdad, porque realmente sirve al bien personal y común. Tiene sentido también el aprender a valorar según verdad. Y también contribuir a que los demás aprendan a valorar con verdad, mediante el apoyo a las columnas de la sociedad (familia, centros de enseñanza, iglesia) y a través de una publicidad adecuada.

 

Al que intenta eso normalmente le irá también bien monetariamente, pero no se puede nunca estar seguro. No hay ética sin riesgo de perder. Hacer el bien no concede completa seguridad de éxito en esta vida. Pero menos seguridad todavía concede el hacer las cosas mal. Aunque las matemáticas parezcan cuadrar, la vida no cuadra.